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Eliza y Joel merecen justicia

Por: Edgar Lantigua miércoles 07 de abril de 2021
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Edgar Lantigua

No hacen falta las virtudes analíticas, ni las capacidades deductivas de Sherlock Holmes, el mítico y excéntrico detective londinense, creado por Sir Arthur Conan Doyle, ni del muy comedido y de buenas maneras, detective belga, Hércules Poirot, creado por Agatha Christie, para saber que la patrulla policial que asesinó a la joven pareja de evangélicos no buscaba unos ladrones de pasolas.

A diferencia de la mayoría de los casos de Holmes y de Poirot en este caso, la tarea no es identificar a él o los asesinos, que ya todos conocemos y que han recibido la repulsa nacional ante una acción que ha sumido en el horror a la mayor parte del país.

No, aquí el asunto primordial es determinar a quienes buscaba esa patrulla policial, quien o quienes debían pasar por el lugar del retén en un carro Kia blanco, uno de los vehículos más comunes en los últimos tiempos, porque funciona con gas y por tanto es económico y sus precios están al alcance de cualquier hijo de vecino.

Informes de prensa dan cuenta de que el vehículo tiene unos 24 impactos de balas, unos, hechos inmediatamente después de que los jóvenes esposos se detuvieron y otros, luego de que, ya herido de muerte, Joel Diaz en un acto reflejo presionara el acelerador, por unos segundos más.

Lo narrado por los sobrevivientes de este hecho, nos pone de entrada ante una patrulla policial que no pide a los ocupantes del vehículo bajar el cristal, que no requiere identificaciones y que sencillamente la emprende a tiros contra estos.

A los legos en la materia criminal, que analizamos el hecho a 200 kilómetros de distancia, nos faltaría saber, por ejemplo, que tan oscuro era el tintado de los vidrios del vehículo, en busca de alguna atenuante ante la evidente falta de buen juicio de los policías actuantes en este caso.

El director general de la Policía Nacional, que goza de buena imagen, es considerado una persona seria y un investigador competente, ha dicho que el motivo para la instalación del retén, por lo menos el motivo que se reportó era el robo de una pasola. Inevitable que esta explicación nos remita a aquella histórica ocasión en que, ante el incremento de los apagones, el administrador de la CDE de entonces, una persona también considerada seria por la generalidad de los sectores, don Julio Sauri, fuera inducido a decir que con frecuencia esto se veía agravado por las chichiguas que se enredaban en los cables del tendido eléctrico.

Otra explicación de antología, proveniente de un hombre serio.  

No me voy a concentrar en el análisis del manejo del mayor general Edward Ramón Sánchez González, su excesiva calma y ausencia de emociones al responder sobre el caso en la entrevista que le hiciera Alicia Ortega, tal vez, producto del estrés que esta situación le genera.

Personalmente no creo en las teorías conspirativas que atribuyen esta acción a sectores interesados en hacer saltar del cargo al director general de la Policía.

Un análisis más ponderado requeriría sí, el historial del suspendido coronel Cesar Martínez Lora, comandante de la dotación policial de Villa Altagracia. ¿Fue este el que ordenó el retén? Y, si fue así, ¿Cuáles fueron sus instrucciones?

Lo que sí es evidente, de los hechos que conocemos públicamente, es que la patrulla policial integrada por el segundo teniente Victorino Reyes Navarro, el sargento Domingo Perdomo Reyes, los cabos Norkys Rodríguez Jiménez y Ángel de los Santos, así como de los rasos Anthony Castro Pérez y Juan Manuel Ogando Solís, fueron a ese lugar a esperar a alguien que muy seguramente viajaba en un carro similar al que ocupaban Eliza Muñoz y Joel Diaz en la noche fatal del 30 de marzo.

Las primeras versiones dan cuenta de que hubo una confusión con un vehículo al que le daban seguimiento, ¿Por qué? Nadie lo ha explicado y lo de la pasola no concuerda. Hay pues, al menos dos hipótesis probables; que esa patrulla estuviera advertida del paso por ese lugar del vehículo Kia blanco con alguna sustancia o cargamento y que se dispusiera a dar un tumbe, o que en el vehículo fuera una persona a quien había que eliminar por encargo de alguien. ¿De quién? No lo sabemos, pero de seguro alguno de los implicados en esta acción criminal sí. Quizás, quizás, ni siquiera todos ellos. Solo así se explicarían 24 disparos, mal contados, sin dar chance a nadie a decir: ¡Somos cristianos, venimos de un culto!

Independientemente de la suerte que tenga el anuncio de la conformación de una comisión de reforma policial por parte del presidente Luis Abinader, lo cierto es, que este país merece que se sepa con claridad el origen de esta “confusión”, que dio al traste con la vida de estos jóvenes recién casados, que determine con claridad a quien o quienes buscaban y por qué había orden de disparar contra esas personas, en un hecho que tipifica una ejecución extrajudicial, con la agravante de que los ejecutados fueron las personas equivocadas.

Entre el llanto desgarrador y el sonido amargo de trompetas, los familiares y allegados de Eliza Muñoz y Joel Díaz le dieron el último adiós a la joven pareja”. Así inicia Helenny Amparo en el Listín Diario, la descripción del entierro de los jóvenes.

Ese llanto desgarrador, merece justicia.

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